Álvaro ‘Biciclown’: un payaso que recorrió el mundo
Álvaro Neil realizó un viaje de 5.342 días por 117 países subido a una bici y haciendo reír a niños de todo el mundo. «Nunca olvida la mañana en la que comenzó su nueva vida. Llevaba años dirigiéndose, día tras día, a una escribanía en Madrid. Aquella mañana fue diferente. En pocas horas iba a comenzar su sueño de recorrer el mundo y, hacer reír a los demás. Y así fue. El 19 de noviembre de 2004, el asturiano Álvaro Neil, tomó su bici en Oviedo, y un disfraz de payaso con nariz roja incluida y así empezó a pedalear. Luego de 13 años y luego de cuatro vueltas al mundo, alcanzó su meta. Cerró el círculo regresando a su Oviedo natal. «Mi vida era muy monótona, todos los días hacía lo mismo, me vestía igual siempre. Hasta que decidí dar un giro total». Dejó de ser administrativo en una escribanía y pasó a convertirse en Biciclown.
El primer país al que llegó pedaleando fue Marruecos. Pero no utilizó su nariz de payaso hasta cruzar su segunda frontera y alcanzar la aldea de Chingueti, en Mauritania, donde encontró un hospital fundado por españoles. Aquel fue el comienzo. Con los años, su nombre artístico ha llegado a ser tan conocido que incluso tocó el cielo cuando la aerolínea Vueling bautizó uno de sus aviones como Biciclown. Aunque en su mochila de viaje pesan más las siete veces que estuvo a punto de perder la vida. Sufrió un accidente de tráfico en Turquía; ha llegado a padecer cuatro malarias y en la segunda le dieron hasta la extremaunción; en Tanzania una serpiente le picó y Álvaro estuvo grave varios días. No sólo eso. En Perú fue uno de los supervivientes en un accidente de tráfico de un autobús que se quedó colgado de un precipicio. La última vez que se temió por su vida fue en Argentina, donde dos camiones le pasaron por cada lado.
A lo largo de 5.342 días y 207.832 kilómetros de viaje (exactamente, cuatro vueltas a la tierra), Álvaro hizo noche en los lugares más inhóspitos que nadie pueda imaginar: hospitales, casas abandonadas, mezquitas, ambulancias, iglesias… «He llegado a dormir incluso en un cementerio en Vietnam. Todo eran campos de arroz y era el único sitio donde podía descansar al menos unas horas».
La perseverancia y la rutina fueron las compañeras de este payaso aventurero. Todos los días a las nueve de la mañana tomaba su bicicleta y se disponía a pedalear cinco horas. Y no iba ligero: su bici pesa 80 kilos, frente a los siete de las que se utilizan para competiciones como el Tour de Francia. ¿Y en su mochila? Comida, ropa, una tienda de campaña, el disfraz de payaso, un ordenador, un micrófono… y un aliado eterno, un hornillo Dragon-Fly de MRS. «Sobrevivía con dos comidas principales al día, un buen desayuno por la mañana y un buen plato para la cena», comentó Álvaro. «No necesito mucho más. El resto supone un exceso de peso».
Su presupuesto mensual eran 300 euros, aunque confiesa que no necesitaba ni siquiera 200. Ha llegado a sobrevivir, con tres euros al día. Sólo gastaba en comida, puesto que para dormir utilizaba su carpa, buscaba casas abandonadas o algunas veces recurría a la solidaridad de la gente. También subsistía publicando artículos en revistas de viajes, además de varios libros, como Kilómetros de sonrisas. También ha conseguido publicidad de marcas deportivas y ha ofrecido charlas.
El asturiano tiene millones de anécdotas. En este viaje suyo ha llegado a conocer a uno de sus mejores amigos e incluso a encontrar el amor. «Uno de mis mejores amigos es un brasileño que ha venido esta semana para pedalear mi última etapa. También encontré el amor, durante tres meses me acompañó pedaleando, pero no todo dura eternamente…». ¿Y la soledad, cómo se lleva? «Cuando uno encuentra lo que le llena la vida no necesita nada más».
En su regreso a casa, tras 13 años sobre la bici, Álvaro se vio acompañado de familiares y amigos. Pero también de gente que se ha ido encontrando a lo largo del camino, como unos abuelos de Hawái y una pareja joven de Suiza que tuvieron la hospitalidad de acogerle en su casa.
¿La conclusión? «Estos 13 años me han enseñado que hay que valorar la vida, y no se puede comprar el tiempo», dice Álvaro el Biciclown. Es lo más preciado que tenemos y nos cuesta valorarlo».